miércoles, 8 de diciembre de 2010

DIPLOMA DE HONOR




El Centro Cultural
Rosalía de Castro ROAC
2045
En su Certamen Literario Internacional 2010
Otorga a:
Cristina Aráoz
Diploma de Honor
Por haber obtenido Mención
Con el cuento breve: El Dato
En el concurso Homenaje Al:
Escritor Gallego:
Uxío Novoneyra.

El dato
Ahora creo que hasta él se ha enterado. Fue el miércoles por la
noche, alrededor de las once, cuando quiso hacer funcionar su vieja
máquina de escribir ( no le caían nada bien las computadoras, le
costaba acostumbrarse a los adelantos de este tiempo), y no lo logró
entonces intentó tomar el olvidado café, que ya casi frío, se asentaba
en el pocillo de porcelana sobre la mesa, pero no lo hizo, quería
encender el penúltimo cigarrillo y aspirar el humo, tampoco llevó a
cabo esta acción, acarició a Fermín, su incondicional gato, que no
movió un solo músculo, ni erizó su pelaje, ignorando la caricia.

Intentó ponerse el gastado impermeable azul y luego cambió de idea,
salió despacio a beberse esa gris nocturnal llovizna, del agonizante
último día, de un macabro y agotador febrero.

En la esquina de avenida La Plata y Rivadavia, saludó a Pedro, el
canillita que, distraído, no respondió al “buenas noches” y él se dijo:
“¿Qué le estará pasando a este?” Trató de restar importancia al hecho,
caminó algunas cuadras hacia el este, pensaba ir hasta Once y
balbuceó: “No, pensándolo mejor, me voy un rato al centro, quizás
encuentre algún amigo en el viejo “Tortoni”.

Bajó las escaleras del subte y cuando se acercó a comprar el
cospel, el empleado de la ventanilla lo ignoró, como si no lo viese, él
levantó su tono de voz en el reclamo, comenzaba a enojarse y el otro
inmutable, en ese instante pensó: “Bah, yo cruzo por el costado del
molinete, si el guarda me llega a decir algo, ahí sí que va a tener que
oírme” .

Su asombro no tuvo límites, al realizar su cometido y ver que el empleado
charlaba, animosamente, con alguien, haciendo caso omiso a su intromisión.
Estuvo en el andén unos segundos esperando el subte, ascendió y
rehusó sentarse ya que descendería en la tercera estación; llegó a Congreso y
luego de apearse, mientras subía las escaleras, decidió tomar un café
en El Molino, entró y eligió una mesa disimulada en una de las esquinas de
la confitería el mozo, muy ocupado, parecía no querer atenderlo, lo llamó
con insistencia y nada “¡Ah no! -pensó- esto ya es demasiado”…

Jorge Almada, había llegado a ser uno de los periodistas más
importantes de su tiempo, además de tener una clara posición frente a los
hechos que conmovían a la opinión pública, rastreaba los sucesos más relevantes de Colombia a cubrir una nota sobre un importante Cartel de la droga, donde aparecían allegados al mismo, personajes reconocidos de la política internacional.

Cuando tuvo un espacio de tiempo libre en su tarea, se corrió hasta
la Biblioteca Nacional de Bogotá para leer un rato, pidió la última novela
de ese escritor argentino (el que más le agradaba de los contemporáneos), y
la empleada le indicó que, si conocía los datos de ese autor, buscase en el
fichero, para corroborar que contaban con esa obra.

Al hacerlo, leyó debajo del nombre la fecha de nacimiento:
30/1/63, seguida de la de su muerte: 26/2/99, Casi se desmaya allí mismo,
evidentemente era un error; él había viajado a Colombia ese día y sabía que
Fernando Mirás, estaba vivo, aún muy joven y saludable, es más, justamente
en la tarde de su supuesta muerte, él le había hecho un reportaje en el canal
de cable que trabajaba, antes de viajar a Colombia.



Entonces, se dirigió a las autoridades de la biblioteca para señalarles el
error y se desconcertó aún más, al hablar con el director, porque éste
le dijo que ese día por la tarde habían recibido un e-mail anunciándole la
muerte de Mirás y ellos habían incluido el dato en las fichas computadoras, además de darlo a publicidad a los medios.

Almada se alejó muy perturbado, no podía entender algo andaba muy
mal, se dirigió a una cabina telefónica y llamó al diario, porque
evidentemente tenía que haber un error, pero le confirmaron la fecha de la
muerte, el tubo del teléfono se le cayó de las manos, ¿entonces él a quién
había reporteado si Mirás estaba muerto?…

Como no encontró ningún amigo, caminó un rato por Corrientes y decidió
volver, ya le había tomado el gustito a viajar gratis, así que se mandó
nomás, por el costado del molinete y subió, despreocupadamente al subte, al
llegar a la puerta de su casa, le tiró una patada a un perro vagabundo que
estaba orinando la puerta de la reja y este ni mosqueó, “Cada vez están
más endurecidos estos pobres bichos callejeros” –masculló-.

Le produjo asombro comprobar que había dejado la puerta entreabierta.

En la cocina intentó recalentar el café y no entendió por qué no podía asir
el asa de la cafetera, le sorprendió, también no sentir deseos de orinar,
hacía horas que no lo asaltaba ninguna sensación, muy extrañado dijo:
“Bueno, me voy a dormir, quizás mañana pueda volver a escribir la historia
esa que tengo dándome vueltas por la cabeza, tal vez, se me ocurra darle
un final apropiado y el escritor tenga un doble o realmente sea su fantasma
el que deambula por las calles de Buenos Aires”.