"Carlos Alberto Castellán"
Organizado por el
Honorable Consejo Deliberante
de Mercedes - Pvcia. de Corrientes
2da. Mención en el Certamen.
La Búsqueda
Mi casa quedaba a algo más de cuatro cuadras de la escuela 29, bajando por la calle Avellaneda podía llegar a ella, que estaba ubicada frente a un campito donde, con los pibes, jugábamos a la pelota, a las bolillas a…
Mi caso no era como los otros chicos, bueno, a lo que me refiero es que todos, o casi todos, tenían una madre… También yo debo haberla tenido… Pero doña Juana que me crió desde que era bebé, cuando le preguntaba por aquella, miraba para otro lado y cambiaba de conversación.
No contaba con mi empeño por conocer a quien me dio la vida, y en mi necesidad de encontrarla se basaba mi esperanza, ilusión y búsqueda.
Recuerdo aquella mañana soleada de agosto, en la escuela;cuando llegó la mujer que esperábamos; la vimos por la ventana del aula cuando bajó de su automóvil ¡“Qué suerte, parece más una mamá que una maestra”! No tenía guardapolvo blanco, vestía un pullover rojo de cuello alto, vaquero oscuro y botas negras. Creo que era bonita.
La señora directora la presentó:
_ Alumnos, esta señora es escritora y viene para darles un taller de escritura, espero que
hagan quedar bien a la escuela, comportándose lo mejor posible, ahora los dejo con Cristina.
Nosotros nos miramos sin entender demasiado, pero ella nos tranquilizó preguntándonos:
_ ¿Ustedes saben que es un taller?
Casi nadie se animaba a responder hasta que Luis dijo de mala gana.
_ No,señora, no sabemos. _ ¡No puedo creerlo! En este barrio ¿No hay talleres de ningún tipo?
_ Sí hay un taller mecánico y otro de chapa y pintura….
_Bueno, eso preguntaba.
_ ¡Claro de esos hay!, pero no son talleres de los que dicen que usted va a dar.
_ En realidad lo que quiero saber es si ustedes conocen con qué se trabaja en ese taller.
_ ¡Bah señora! ¿Nos va a decir que usted no sabe? con herramientas, sopletes,
mazas, martillos… ¿Con que otra cosa van a trabajar?
_ Ahí quería llega, en un taller mecánico o de chapa y pintura se trabaja con
herramientas adecuadas, en un taller literario donde se lee y escribe
¿Qué herramientas se necesitarán?
En ese momento levanté la mano y contesté preguntando con temor para no
“meter la pata”
_¿Con libro, lápiz, cuadernos…?
_ ¡Exactamente! esos son los instrumentos que vamos a utilizar, además
de música, fotos, flores…
La señora nos había caído muy bien, se sentaba en el escritorio o en el
suelo, permitiéndonos a nosotros que lo hiciéramos también ; venía
una vez por semana y la esperábamos entusiasmados, más aún
porque ella nos contó que este trabajo lo hacía voluntariamente
sin que nadie le pagara por él.
¡Qué bueno debe ser poder hacer lo que a uno le gusta,
aun sin obtener recompensa material por eso!
El martes siguiente, llegó, con su sonrisa de siempre y un ramo
de flores en las manos, entonces, comenzó a hablarnos de
los sentidos: El tacto, el olfato, la vista… nos repartió una
flor a cada uno y nos dijo que la oliéramos, acariciándola y que
observásemos sus colores y luego escribiéramos lo que
habíamos sentido.
A mi me tocó una rosa roja, salpicadita de puntitos blancos,
muy suave y con un perfume riquísimo. Hice mi tarea y
ella me dijo que estaba ¡muy bien! esto me alegró.
Otro día, trajo fotografías de familia, en algunas, había chicos
con sus padres, en otras, abuelos, una nena con un gato…
esa vez propuso que en la tarea el tema fuera:
“La familia” o sobre alguna mascota que tuviésemos.
Lo pensé un rato y luego me asaltó, otra vez el deseo de
conocer a mi madre, sentí como un calor que me subía
por la cara y, casi enojado, le dije:
_ Sabe señora, me gustaría escribir sobre mi madre,
el color de sus ojos, de su pelo, la tibieza de sus manos…
Pero cómo puedo hacerlo si no la conozco, si me dejó
con doña Juana cuando era muy chiquito…
Por eso se me borró de los recuerdos. Le pregunté a Don Pedro
(el marido de la doña) y me dijo que había muerto
hacía varios años. Quise ir al cementerio y nunca me llevaron…
¿Usted la conoció? pregunté tratando de frenar las lágrimas que
intentaban escapárseme (“los hombres no lloran” me habíam enseñado).
Ella, tomó mi cara entre sus manos, secó mis lágrimas
con tal ternura, que jamás olvidaré y me dijo:
_Julio, vos tenés algún espejo en tu casa ¿verdad?
_ Sí claro, como no voy a tener ¿y eso que tiene que ver con mi madre?
_ ¡Tiene! Vos observate atentamente en él, mirá el color de tus ojos,
tan negros y tan profundos, mirá tu cabello tan rubio y ondulado…
_ ¿Para qué tengo que hacer todo eso, señora?
_ Porque cuando te mires, vas a estar viéndola a ella, porque
era igualita, igualita a vos, tenía tu mirada y los mismos
reflejos dorados en su pelo.
_ ¿Verdad señora? era así con la cara parecida a mí y
el lunar en la frente, ¿También lo tenía?
_ ¡Claro, cómo no iba a tenerlo!
_ ¡Gracias señora!, ahora sí que voy a escribir sobre mi madre
¡Ah! y su nombre ¿Usted lo sabe? porque nadie me dijo,
nunca, como se llamaba.
_ Sí su nombre era Julia… de qué otra manera podría llamarse...
Ahora que soy un hombre y comprendo, guardo, desde la niñez,
un inolvidable recuerdo de la señora que coordinaba el taller
literario en 5° Año de la escuela 29, porque con su
ternura supo hacerme un poco feliz.
jueves, 2 de diciembre de 2010
domingo, 7 de noviembre de 2010
Acontecimientos de OCTUBRE 2010
Ésto es un informe del Mes de Octubre de 2010
El día 30 de Octubre ppdo. en la Sede de S.A.D.E Zárate.
XIV Exposición del Libro y de las Artes.
Leí trabajos premiados en certámenes de los talleristas:
Mario Ramondi - Adela Salas - Cristina Aráoz.
El día 31 de Octubre ppdo. en la Sede de S.A.D.E. Zárate.
Integré una mesa redonda con la
Escritora Silvia Gaffoglio (Zárate)
Escritor Roque Azamor
Escritor Silverio (Tony) Moreira (Campana)
Coordinador de la mesa:
Escritor Zarateño Jorge Rettore.
El día 30 de Octubre ppdo. en la Sede de S.A.D.E Zárate.
XIV Exposición del Libro y de las Artes.
Leí trabajos premiados en certámenes de los talleristas:
Mario Ramondi - Adela Salas - Cristina Aráoz.
El día 31 de Octubre ppdo. en la Sede de S.A.D.E. Zárate.
Integré una mesa redonda con la
Escritora Silvia Gaffoglio (Zárate)
Escritor Roque Azamor
Escritor Silverio (Tony) Moreira (Campana)
Coordinador de la mesa:
Escritor Zarateño Jorge Rettore.
jueves, 28 de octubre de 2010
Tejidos en la espera
“...los restos flotantes del naufragio...”
Julio Cortázar
Julio Cortázar
En el crepúsculo,
una espiral arañada
me demora en el poema,
sin doler el descenso
ni los porrazos.
En este embudo
azulino y transparente,
que me arrastra,
giro...
Me golpea el rumor
de las palabras quietas.
Algunos resquicios
que aún flotan del naufragio
me arrastran en un mar
de códigos extraños
ajenos de sintaxis,
donde vislumbro, apenas,
en el velar ansioso
una urdimbre de versos
tejidos en la espera.
miércoles, 27 de octubre de 2010
Algunos de mis orgullos...
- POESÍA
Poema premiado con Mención
en el Certamen Literario
Organizado por el Centro Cultural
Rosalía de Castro ROAC
2045
En homenaje al escritor gallego
Uxío Novoneyra
Un dolor de agua
Desentendido…
Como tristemente adormilado,
el extraño y confuso espejo
en su transparente luna,
guarda, sin saberlo, un dolor de agua,
Desorientado.
El reflejo, sorprendido, trastabilla
extraviado en exótico laberinto,
deambulando insomne en el camino,
en el camino del quieto silencio.
Sin comprender…
El estático, empobrecido, atroz
y desarmónico concierto,
que desteje la espesa trama
del otrora biennacido sueño,
Se pierde
Sin atinar certero acierto,
en un caudal de desoladas lágrimas
que no alcanzan a humedecer, siquiera,
el lecho inhóspito de su perpleja luna.
lunes, 23 de agosto de 2010
Dos caras de una moneda
_ ¡Hola Juan Carlos!
_ ¡Hola!, ¿Sos Carolina no?
_ No vas a decir que no me reconociste.
_ Es que hace años que no nos vemos, eso que nuestra ciudad es un “pueblo chico”, aunque con ambiciones de gran urbe.
_ Bueno, no minimices, es una ciudad…
_ Sí, por la cantidad de habitantes, pero sigue siendo un pueblo. Contame ¿Qué es de tu vida? Vos te casaste y tuviste hijos ¿no?
_ Sí, dos y tengo tres nietos y vos ¿Te casaste? ¿Cuántos hijos y nietos tenés?
_ No, yo no me casé, estoy solo, desde que se murieron los viejos.
_ Disculpá no sabía…
_ ¿Qué te voy a disculpar? Cada cual tiene que asumir su destino. Tu esposo ¿vive?
_ El destino, a veces, lo construimos nosotros, Sí vive, pero hace mas de quince años que nos separamos.
_ Bueno esas cosas suelen pasar.
Juan Carlos y Carolina estaban en la cola del Banco, para cobrar la jubilación y claro, cómo iba a reconocerla, si aquella piba preciosa, que en los ’60 los tenía locos a todos los muchachos de la barra, con su cintura de “avispa”, de chica Divito, su altura y delgadez justa, de modelo de aquellos años (no como las anoréxicas de hoy). Su cabello lacio, oscuro y brillante, cayéndole sobre los hombros y esos ojazos tipo Liz Taylor, que a veces eran azúles como el cielo, otras verdes como el mar y si había tormenta se tornaban violáceos.
No, no podría haber reconocido en esta mujer que pesaría noventa kilos o más, con cabello casi cano por completo, cortado a ras de la nuca, como las mujeres muy mayores lo usan, un cuerpo cuadrado y con rollos sobrantes en toda su geografía, sus ojos opacados por los bifocales que usaba y, cuando la cola avanzó, pudo ver que algún problema tendría en sus pies o en algún otro sitio, porque caminaba con una marcada dificultad, no evidentemente Carolina estaba irreconocible.
Entonces recordó que estuvo perdidamente enamorado de ella, aunque nunca se animó a decírselo, ni siquiera cuando abrazados, bailaron algún tango de Pugliese en el club del centro y Carolina apoyaba la cabeza, con ternura, en su hombro. Temía el rechazo, era ¡tan bonita!, seguramente aspiraría a alguien con más pinta y de mejor posición económica y todos se sorprendieron cuando se casó con el hijo del carnicero que vivía en un barrio humilde, alejado del centro y de facha ¡nada!
En esta introspección estaba, cuando oyó que en la caja llamaban al N° 95 y la mujer se acercó a cobrar e inmediatamente, desde otra caja, llamaron el 96 y a su vez él lo hizo.
Al retirarse, primero, ella le dio un beso diciéndole:
_ Chau, Juan Carlos, en cualquier momento nos encontramos.
-El respondió abrazándola y diciéndole- Sí, sí seguro.
Carolina llegó a su departamento, donde vivía sola, puso el agua para prepararse un té, le dio de comer a Tuly, su pekinés y fue hasta el dormitorio, para buscar en el placard, la caja que contenía sus “tesoros”: Los del ombligo y primero; dientes de sus hijos, la alianza que aunque su matrimonio hubiese fracasado, cuando se casó, creyó que iba a ser feliz, y entre otras cosas el pequeño álbum de los 15 donde estaban las fotos tradicionales, con sus padres, con los abuelos, con las chicas, con los muchachos…
Precisamente esta última era la que le interesaba, quería ver a Juan Carlos, porque ella había estado enamorada de él,
¡Tan alto, tan delgado, tan buen mozo! con esos profundos ojos negros, que parecían comérsela cuando bailaban, apretadísimos, en el club y que ahora se veían tristes detrás de la gafas.
Delgado se mantenía, pero su porte no era el mismo, y su oscuro cabello ahora canoso había comenzado a menguar en donde termina la frente.
“Es terrible lo que nos hace el transcurso del tiempo -se dijo mirándose en el espejo de la cómoda- seguramente él también se habrá desilusionado conmigo…
¿Por qué no se habrá animado a declararme su amor en aquél tiempo…?
_ ¡Hola!, ¿Sos Carolina no?
_ No vas a decir que no me reconociste.
_ Es que hace años que no nos vemos, eso que nuestra ciudad es un “pueblo chico”, aunque con ambiciones de gran urbe.
_ Bueno, no minimices, es una ciudad…
_ Sí, por la cantidad de habitantes, pero sigue siendo un pueblo. Contame ¿Qué es de tu vida? Vos te casaste y tuviste hijos ¿no?
_ Sí, dos y tengo tres nietos y vos ¿Te casaste? ¿Cuántos hijos y nietos tenés?
_ No, yo no me casé, estoy solo, desde que se murieron los viejos.
_ Disculpá no sabía…
_ ¿Qué te voy a disculpar? Cada cual tiene que asumir su destino. Tu esposo ¿vive?
_ El destino, a veces, lo construimos nosotros, Sí vive, pero hace mas de quince años que nos separamos.
_ Bueno esas cosas suelen pasar.
Juan Carlos y Carolina estaban en la cola del Banco, para cobrar la jubilación y claro, cómo iba a reconocerla, si aquella piba preciosa, que en los ’60 los tenía locos a todos los muchachos de la barra, con su cintura de “avispa”, de chica Divito, su altura y delgadez justa, de modelo de aquellos años (no como las anoréxicas de hoy). Su cabello lacio, oscuro y brillante, cayéndole sobre los hombros y esos ojazos tipo Liz Taylor, que a veces eran azúles como el cielo, otras verdes como el mar y si había tormenta se tornaban violáceos.
No, no podría haber reconocido en esta mujer que pesaría noventa kilos o más, con cabello casi cano por completo, cortado a ras de la nuca, como las mujeres muy mayores lo usan, un cuerpo cuadrado y con rollos sobrantes en toda su geografía, sus ojos opacados por los bifocales que usaba y, cuando la cola avanzó, pudo ver que algún problema tendría en sus pies o en algún otro sitio, porque caminaba con una marcada dificultad, no evidentemente Carolina estaba irreconocible.
Entonces recordó que estuvo perdidamente enamorado de ella, aunque nunca se animó a decírselo, ni siquiera cuando abrazados, bailaron algún tango de Pugliese en el club del centro y Carolina apoyaba la cabeza, con ternura, en su hombro. Temía el rechazo, era ¡tan bonita!, seguramente aspiraría a alguien con más pinta y de mejor posición económica y todos se sorprendieron cuando se casó con el hijo del carnicero que vivía en un barrio humilde, alejado del centro y de facha ¡nada!
En esta introspección estaba, cuando oyó que en la caja llamaban al N° 95 y la mujer se acercó a cobrar e inmediatamente, desde otra caja, llamaron el 96 y a su vez él lo hizo.
Al retirarse, primero, ella le dio un beso diciéndole:
_ Chau, Juan Carlos, en cualquier momento nos encontramos.
-El respondió abrazándola y diciéndole- Sí, sí seguro.
Carolina llegó a su departamento, donde vivía sola, puso el agua para prepararse un té, le dio de comer a Tuly, su pekinés y fue hasta el dormitorio, para buscar en el placard, la caja que contenía sus “tesoros”: Los del ombligo y primero; dientes de sus hijos, la alianza que aunque su matrimonio hubiese fracasado, cuando se casó, creyó que iba a ser feliz, y entre otras cosas el pequeño álbum de los 15 donde estaban las fotos tradicionales, con sus padres, con los abuelos, con las chicas, con los muchachos…
Precisamente esta última era la que le interesaba, quería ver a Juan Carlos, porque ella había estado enamorada de él,
¡Tan alto, tan delgado, tan buen mozo! con esos profundos ojos negros, que parecían comérsela cuando bailaban, apretadísimos, en el club y que ahora se veían tristes detrás de la gafas.
Delgado se mantenía, pero su porte no era el mismo, y su oscuro cabello ahora canoso había comenzado a menguar en donde termina la frente.
“Es terrible lo que nos hace el transcurso del tiempo -se dijo mirándose en el espejo de la cómoda- seguramente él también se habrá desilusionado conmigo…
¿Por qué no se habrá animado a declararme su amor en aquél tiempo…?
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